Había una vez un pequeño búho llamado Oliver, que vivía en un gran bosque de abetos altos y frondosos. Oliver era un búho bastante peculiar. Mientras que todos los demás búhos eran nocturnos, a él le gustaba más el día.

Oliver se maravillaba con los colores vivos del día, los juegos de luces y sombras, y el ajetreo y bullicio de los demás animales del bosque. Pero a pesar de su amor por el día, Oliver también tenía un gran sueño: quería ver la luna y las estrellas, algo que solo podía hacer si se quedaba despierto por la noche.

Una mañana, decidió que intentaría quedarse despierto hasta la noche para ver la luna y las estrellas. Pero, por más que lo intentaba, siempre se quedaba dormido antes de que oscureciera. Los demás búhos intentaron ayudarle, pero nada parecía funcionar.

Una tarde, mientras Oliver dormitaba en su nido, una pequeña luciérnaga llamada Luz brilló a su lado. Luz le explicó a Oliver que ella también había querido ver la luna y las estrellas, y cómo había aprendido a mantenerse despierta. Le dijo que no se trataba de forzar a estar despierto, sino de aprender a disfrutar del ciclo natural de su cuerpo.

Con la ayuda de Luz, Oliver aprendió a disfrutar de las siestas durante el día y a estar despierto durante la noche. Y finalmente, una noche, pudo ver la luna y las estrellas por primera vez. Fue un espectáculo tan maravilloso que valió la pena todo el esfuerzo.

Desde entonces, Oliver disfruta tanto del día como de la noche. Se dio cuenta de que la belleza del mundo no depende del momento en que se observe, sino de cómo se vea. Y cada vez que ve la luna y las estrellas, se acuerda de su amiga Luz y sonríe.